viernes, 20 de junio de 2014

LOS HOMBRES DE BLANCO





No quedaba nada en este mundo para Carlos. El mundo estaba muerto para él.

El reloj sonó a la misma hora de todos los días. La pequeña habitación, gris y desordenada, fue cómplice de su oscuro amanecer, de un despertar sin despertar, de su seguir soñando de pie pero sin soñar.

El tren lo llevó al trabajo, pero solo transportó su cuerpo; el resto de Carlos ya no viajaba en tren.

Sus compañeros de oficina no hablaban su idioma; para comunicarse con ellos utilizaba el dialecto universal. Más de una vez pensó en decirles que se sentía mal, pero no lo habrían comprendido porque esas palabras no aparecen en el pobre diccionario del dialecto universal. Pero era demasiado tarde para palabras nuevas porque Carlos ya no se sentía mal, porque Carlos ya no se sentía.

En su cubículo blanco marcaba como leídas resoluciones que nunca leyó, enviaba como corregidos trabajos que nunca corrigió y sellaba como aprobados informes que nunca aprobó.

Cerca del mediodía oyó un murmullo proveniente del cubículo junto al suyo, el F7. Un llanto tal vez, o una risa, imposible determinarlo porque Carlos no hablaba el mismo idioma que la señora del F7.

Durante horas nada pasó, pero por la tarde el clima se condensó y las paredes comenzaron a temblar y a acercarse a él, reduciendo aún más el diminuto cubículo blanco. Sus compañeros de trabajo fueron a averiguar qué estaba ocurriendo.

¿Qué está pasando? preguntó Carlos.

Nadie le respondió.

¿Por qué me miran así?

Sus compañeros hablaban entre ellos cuando unos hombres de blanco llegaron y lo acostaron en una pequeña camilla.

¿A dónde me llevan?

Los hombres de blanco no le respondieron y se lo llevaron.

Carlos gritó, intentó soltarse, pero sus lamentos no eran oídos ni sus miembros le respondían.

¿Cómo que no tengo pulso? gritó Carlos para sí.

Por primera vez en diez años estaba sintiendo miedo, por primera vez en diez años estaba sintiendo. Pero era demasiado tarde.



FIN